Mi única virtud, saber escuchar, se convirtió en mi mayor tortura, estaba rodeado de parlanchines que encontraban en mi al partenaire ideal, que callaba y escuchaba sin osar siquiera interrumpir la fútil verborrea incontenida.
Sigo escuchando aunque he aprendido a utilizar mi tiempo con los locuaces, antes al menos intentaba sacar conclusiones, ahora me dedico a dejar mi mente en blanco e intento entrar en el nirvana, tomando las palabras huecas y vacías como oraciones repetitivas que me lleven en volandas a la catarsis. Sigo escuchando, aunque un puñado de loros picaran y se me comieran las orejas.
* Imagen tomada de internet
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